24 Mar 2012 Sin comentarios
Viñetas para la historia (XXXIV). Las aventuras de John Difool
Los años ochenta suponen la confirmación internacional de Moebius como uno de los autores más importantes de historieta de todos los tiempos. 1981 asiste asombrado a la publicación en Métal Hurlant de la primera parte de Les aventures de John Difool, con dos historias, L’Incal Noire y L’Incal Lumiere, cuyo nombre común serviría para reconocer en el futuro a la que se convertirá en una de las sagas europeas más difundidas de la historia del cómic. La conjunción con un autor de las características de Jodorowsky –con el que ya había trabajado en la impactante Les yeux du chat y en la fallida adaptación del Dune de Frank Herbert que trastocó los pilares de la ciencia-ficción y el cómic al derivar en la espectacular The long tomorrow– engarza los espléndidos dibujos de un autor que no para de evolucionar con cada plancha y que es capaz de representar, con algún descuido momentáneo, dos personalidades artísticas muy diferenciadas, con unos guiones hechos a la medida de su arte por un escritor casi tan vanguardista como el propio Moebius. Su otra faceta, la de Jean Giraud, se mantiene extremadamente viva colaborando con Jean-Michel Charlier en un Blueberry que igualmente se ha convertido, por derecho propio y gracias al arrollador trabajo de sus creadores durante los setenta, en una de las obras sobre el western americano más importantes y divulgadas que se le han podido mostrar al mundo desde las páginas de un tebeo.
Terminada la alocada primera parte de las aventuras del Mayor Grubert, llega el momento de afianzar conceptos y es Jodorowsky el guía espiritual encargado de dar forma al torrente de ideas deslavazadas que en ese momento conforman ese desequilibrio llamado Moebius. Aquel camino entre esotérico y conceptual que Giraud había iniciado tras irse a México con su madre, tomará forma de la mano de un autor que parece abrir literalmente el tercer ojo del creador de El Garaje Hermético. Y aunque el escritor chileno gusta de la improvisación tanto o más que su compañero, parece que en conjunción sacan adelante obras con más empaque. El argumento de El Incal se transmite por parte del guionista de manera sucinta, con esbozos muy genéricos que el dibujante interpreta como le viene en gana, dibujando y recreando la trama a medida que avanza, casi sin planificación, aunque en este caso existe una diferencia. La afinidad de ambos es tal, que Jodorowsky acaba llenando los dibujos de diálogos y da pie con ello a la continuación congruente de la trama por parte de Moebius.
Deepo, el caricaturizado transporte de Arzack.
John Difool es un detective de la peor clase que desarrolla su trabajo en una urbe idéntica a la mostrada en The long tomorrow, plagada de los diseños desechados de Dune. Le acompaña en sus andanzas un pequeño pájaro llamado Deepo que muestra una similitud demasiado evidente con el medio de transporte de Arzak, el vigilante. Ambos se verán inmersos en una trama metafísica tan extraña como coherente que mezcla religión, tecnología, aventura y filosofía a partes iguales y que no es más que el recorrido iniciático de sus protagonistas –y de la filosofía vital de sus autores– hacia lo que ha de terminar siendo la comprensión de la realidad de todas las cosas. Así, durante su viaje, Difool descubrirá las aptitudes de su yo interior, comprenderá las posibilidades del planeta en el que vive y extenderá dicho conocimiento a los mundos que están más allá del suyo. Todo ello culminará con un viaje de supervivencia a un mundo cuasi-onírico donde finalmente se desencadenarán los aspectos de la verdadera misión del detective y su razón de ser en toda la historia.
Como ya ocurrió anteriormente con El Garaje Hermético, la saga de El Incal, que se comprende entre los años 1981 y 1989, abarca otra importante etapa en la cual el creador ve transformado su estilo y su propia forma de pensar y de vivir. La experiencia personal de Moebius pasa en esos años del ingreso en una comuna zen al uso de los sesenta, cuyos adeptos recrean visiones de seres de otros planetas y comen únicamente lo que cultivan, a la inmersión del autor en una dinámica creativa apabullante con estancia en Norteamérica incluida.
La influencia de la secta Iso-Zen llega a las páginas de El Incal.
Las ventas –y las críticas– de los primeros álbumes de El Incal ponen a la pareja Jodorowsky/Moebius de moda, por lo cual es lógico pensar que ahora mismo es el momento ideal para la explotación comercial de su obra fuera de Europa. A partir del año 1983, a la vez que va abandonando gradualmente la vida contemplativa de la comuna, veremos como Giraud se sumerge en tareas de promoción y asistimos a la creación del sello Aedena junto a Jean Annestay y Gerard Bouysse o a la fundación de la compañía Starwatcher Graphics, punta de lanzamiento a la estancia del artista en Los Ángeles y a los trabajos que vinieron con esta. Ayudado por Jean Marc Lofficier y su hermano Randy, el lector estadounidense ve los trabajos más importantes de Moebius publicados por vez primera en aquel país por la compañía Marvel Comics, la cual llegará a editar en 1988 una historia titulada Parable donde el dibujante francés daba vida a un guión de Stan Lee para el personaje de Silver Surfer. Entre 1983 y 1985 se serializan las dos siguientes historias de El Incal, Lo que está abajo y Lo que está arriba. Los ya mencionados protagonistas Difool y Deepo quedan integrados en un grupo tan peculiar y diverso como ellos mismos que abandona diferencias iniciales en pos de la salvaguarda de los incales. Los autores no dudan ni un instante en añadir a la trama una guerra intergaláctica entre dos galaxias que tendrá que resolverse de una forma inesperada, como por otra parte ha venido sucediendo durante toda la narración. Tras pasar el primer álbum por la influencia negativa que la secta zen tiene sobre su trazo, el estilo de dibujo de Moebius alcanza una calidad asombrosa en el segundo álbum, donde se dibujan algunas de las escenas más bellas de la serie, embebidas de una originalidad que parece no tener más límite que el propio final de la historia.
Misticismo y Tarot son una constante.
La última parte de la saga, La cinquième essence, dividida igualmente en dos partes, representa el desenlace de otra etapa vital de su dibujante, que concluye con su vuelta a Francia y con la muerte de su amigo Jean-Michel Charlier en julio de 1989, prácticamente coincidiendo con la salida de Planeta Difool, la segunda parte de la historia. Los dibujos de este relato se mezclan con la experiencia adquirida en casi una década de existencia y presentan un mosaico brillante muy difícil de superar en el que el guionista no es precisamente un extraño. Los dos autores se unen para dejar que el lector aúne igualmente todo lo aprendido e interprete un final cargado de misticismo que a más de uno, si no se acerca a él de forma totalmente abierta y sin complejos, le parecerá tan sólo una deriva hacia ninguna parte. Y es que este colofón parece despojarse de una historia que en realidad solo era el trasfondo para presentar la idea que los autores tenían del propio mundo, del verdadero objetivo de la existencia.
La semilla de “La Casta de los Metabarones”.
Las saga del Incal vuelve a mostrarnos un universo muy rico, lleno de matices, que refleja a la perfección el sentimiento y el estilo de ese artista magistral llamado Moebius. En esta ocasión sin embargo no camina en solitario y es dirigido por otro maestro llamado Jodorowsky. Al igual que hace Charlier con Blueberry, el escritor chileno consigue encauzar los movimientos de un autor cuya personalidad amenaza con abarcarlo todo y logra completar una narración impecable pese a la aparente complejidad de los acontecimientos que se van sucediendo. El resultado es originalidad a raudales y pura fantasía que supera con creces a su tiempo y que sirve para influir en dios sabe cuántas generaciones de autores, pues es parte fundamental de una obra maestra hacer continuar el legado de quienes la construyeron mediante su influjo sobre otros artistas, que gustosos tomarán el relevo y continuarán la creación, manteniendo viva por siempre, y quizás insuperable, la figura de los mentores.