Viñetas para la historia (XXX). Akira. Motoristas

Puede decirse sin temor a la equivocación que con Akira la abrumadora mayoría de los lectores occidentales de tebeos, ajenos a la idea misma de la existencia de una industria en aquellas lejanas tierras, descubrieron por vez primera un cómic japonés. En el año 1988, cinco años después del comienzo de su publicación en Japón y casi coincidiendo con la puesta en escena de la película de animación que adaptaba el manga a las pantallas de los cines, el sello Epic de Marvel lanza al mercado una versión coloreada por Steve Oliff que se extendería en el tiempo durante más de siete años, fue distribuida por todo el mundo occidental y alcanzó un éxito sin precedentes al tiempo que se convertía en una obra de culto del género. Hoy día y a pesar del paso del tiempo la obra no ha visto degradada su vigencia ni ha perdido ni un ápice del interés que suscitó en su día.

Uno de los múltiples niveles de lectura que nos brindan las páginas de Akira y que sirvió igualmente para hacer de su réplica en el cine una película inolvidable, es el de las escenas donde hacen aparición las motos. En ellas los protagonistas se desplazan y desarrollan acciones de todo tipo montados en sus espectaculares máquinas de diseño futurista que sin duda son representantes inequívocas del éxito de esta obra de arte. Katsuhiro Ōtomo, manifiestamente influido por películas estadounidenses de los setenta como Easy rider o Five easy pieces (Mi vida es mi vida), amén de las vivencias personales que se presentaron en su vida durante la década de los sesenta en un Japón convulso que trataba de escapar al pasado, construye toda la filosofía de los personajes de la historia en torno a la rebeldía que surge inevitablemente de un mundo destrozado física y socialmente y que queda claramente reflejada en todo aquello que suponga una huida hacia donde quiera que no alcancen los despojos de lo que queda de humanidad. Y como Bobby Dupea en Five easy pieces, en Akira Shotaro Kaneda se rebela contra lo que el residuo de la sociedad intenta implantar, que no es otra cosa que el intento insustancial de seguir aplicando las reglas conocidas en un entorno donde ya no tienen cabida dichas reglas, mostrando su desprecio hacia una autoridad impuesta por una generación caduca. Las drogas y las carreras de motos junto a su banda de amigos son el escape necesario que permanece en el fondo de todo lo que significa Akira.

La obra comienza con los protagonistas subidos en sus motocicletas y desplazándose a toda velocidad por el paraje desolado que antes fue Tokio. Y en un claro juicio de intenciones, el autor dibuja en las últimas páginas de Akira a esos mismos protagonistas corriendo con sus máquinas por un océano de destrucción, aunque entre medias ha sucedido algo terrible que ha cambiado para siempre sus vidas y ha terminado con la de muchos de ellos. La última carrera ya no reivindica nada salvo la libertad, pues el mundo y el futuro es suyo y está ahí esperando a que ellos lo vivan y escriban.

El vistoso dibujo de Ōtomo es a buen seguro el detonante que finalmente elevó a este manga a lugares nunca vistos por una obra japonesa y como tampoco podía ser menos la majestuosidad de los diseños se aplica de manera óptima al trazo de las motos y al de los escenarios por donde sus conductores navegan a velocidades de vértigo. El impacto del dibujo queda grabado en la retina del espectador y las diferentes escenas de acción pasan en el acto a la historia no solo del cómic sino de la ciencia-ficción en general y allí se quedan para siempre. Las carreras, el enfrentamiento entre bandas rivales, la lucha de Kaneda contra Tetsuo, … Todas ellas escenas maravillosas de una factura impecable que convirtieron esta obra futurista y apocalíptica en maestra, influencia directa de nunca sabremos bien cuantas páginas de tebeos, escenas de cine o relatos de ficción que surgieron después y que bebieron de lo que ya quedó para siempre como la culminación a la que debe aspirar todo trabajo artístico.