La madurez de una obra maestra (III). Astérix el galo. Legionario

Cuando en 1959 René Goscinny se embarca en el proyecto Pilote, se trae consigo a dos autores que junto a él mismo se bastaron para sacar adelante una revista con un éxito de crítica y público arrolladores. A partir de entonces toda obra firmada por Albert Uderzo, Jean-Michel Charlier y el propio Goscinny era sinónimo de trabajo bien realizado y de éxito prácticamente asegurado como bien puede comprobarse en la serie de Astérix el galo, que hizo de bandera del semanario y acabó convirtiéndose en cita de lectura imprescindible para todo aquel que guste consumir obras maestras en sus momentos de asueto personal. Los 24 álbumes que firmaron los dos autores hasta que llegó la muerte de Goscinny son un portento de buen hacer que en contadas ocasiones sufren algún bajón de calidad y se saltan magistralmente las barreras entre generaciones, pues sus historias son disfrutadas por adultos y niños y no existen problemas de interpretación en ninguno de los casos.

Desde el primer número los guiones que desarrollan las aventuras del pequeño galo rebosan de humor y fantasía en cada una de sus páginas y cuentan con el complemento de los dibujos del que probablemente sea uno de los mejores dibujantes que ha dado la historia del género. Sin embargo, como suele suceder en desarrollo de cualquier creación artística lineal, existe en la superación de uno de los escalones que conforman el acrecentamiento de la obra la culminación de todos los aspectos que posteriormente la harán afianzarse como una de los productos más importantes de la historieta internacional. La aventura titulada Astérix legionario, cuya publicación comienza a serializarse en Pilote a finales del año 1966 es un verdadero compendio de lo que es una obra maestra del cómic en el que todo aquel que quiera realizar algo importante debería fijarse antes de empezar.

El argumento de la historia nos sitúa temporalmente en pleno desarrollo de la Segunda Guerra Civil de la República de Roma y nos presenta la llegada a la aldea gala de la bella Falbalá, pariente del jefe Abraracúrcix, cuyo novio Tragicomix ha sido enrolado a la fuerza en el ejército romano con la intención de sumarle a las fuerzas que van a luchar en África a las órdenes de Julio César. Astérix y su inseparable amigo Obélix partirán hacia Condate, donde se unirán a la legión junto a un grupo de curiosos extranjeros y partirán hacia el continente africano para traer de vuelta al novio de Falbalá. En una sucesión de aciertos humorísticos que difícilmente dejan indiferente al lector, se podrá apreciar el estilo de vida castrense del cuartel de reclutamiento, la instrucción previa al destino de combate, el accidentado viaje hacia tierras africanas por tierra y mar y la lucha del ejército de César contra las tropas de Escipión que pondrá fin a la permanencia de los dos galos en el ejército.

La décima historia de Astérix es casi con toda probabilidad la mejor historia que se ha escrito de la serie y marca un punto de inflexión en el desarrollo de toda la obra. Albert Uderzo es muy consciente de lo que tiene entre las manos y prácticamente sólo se dedica ya a dibujar las aventuras de los galos. La tirada inicial de un millón de ejemplares que se produce con la impresión del álbum un año después de su publicación en Pilote le da indiscutiblemente la razón. La caracterización de todos los personajes es completa y el nivel de elaboración que se puede apreciar en el trazo de cada una de las viñetas y que había ido en aumento desde el álbum Astérix y Cleopatra es ciertamente notable, debido sin lugar a dudas a la ya comentada mayor dedicación de un dibujante que terminará de abandonar al resto de sus personajes en favor de Astérix. Cada página es una demostración de todo lo que puede hacer la plumilla de este excelente ilustrador, el cual no parece tener problema alguno en llenar las viñetas de originales personajes que desarrollan sus andanzas en una multitud de emplazamientos dibujados a la perfección.
El guión de René Goscinny es pura genialidad. Las situaciones hilarantes, colmadas de un sinfín de frases ingeniosas y de singulares juegos de palabras, se suceden una tras otra a la vez que se van introduciendo numerosos datos que sitúan a los personajes en un entorno histórico real que el autor respeta en la medida de lo posible y que enriquece enormemente la historia que se está contando. El guiño al lector se mezcla con situaciones cotidianas que consiguen el curioso efecto de situar a los personajes en un entorno que sucede cincuenta años antes del nacimiento de Jesucristo pero con unos diálogos completamente modernos y que no desentonan en ninguna circunstancia.

Astérix legionario puede considerarse uno de los momentos álgidos que conformaron el desarrollo posterior de una serie esencial. Esta historia afianza la madurez de los personajes y etiqueta a todo el conjunto con el atributo de obra maestra indiscutible del cómic. La genialidad de Goscinny alumbró con posterioridad certeras vueltas de tuerca –La cizaña, La residencia de los dioses, Obélix y Cía.– donde los guiones y el dibujo, partiendo de los nada desdeñables mimbres ya conseguidos, consiguen elevar la categoría artística y nos hacen preguntarnos qué derroteros hubieran tomado las peripecias de los irreductibles galos de no haber fallecido prematuramente uno de sus indispensables creadores.